Paisaje y democracia: lecciones de la historia política de la gobernanza territorial
Dimensiones del paisaje - Reflexiones y propuestas para la aplicación del Convenio Europeo del Paisaje
Yves Luginbühl, abril 2017
Hasta hace poco, el paisaje era una cuestión de decisiones políticas tomadas en un contexto de democracia representativa, pero a menudo respaldadas por opiniones de expertos. La democracia parecía así evidente. Sin embargo, al reflexionar, rápidamente surgieron muchas preguntas sobre el modo de gobernar los territorios, el lugar del conocimiento académico en relación con el empírico, el interés de los ciudadanos, la relación entre el mundo político y la sociedad civil, el desarrollo de experiencias de participación en la toma de decisiones políticas, y otras. Este informe, elaborado en el marco de los trabajos del Consejo de Europa para la aplicación del Convenio Europeo del Paisaje con el apoyo de la Oficina Federal del Medio Ambiente de Suiza, intenta abrir vías de reflexión y proponer los términos de un debate sobre las formas de gobernanza territorial y paisajística.
Hay que remontarse a la antigüedad sumeria, india y sobre todo griega y a la polis, una ciudad donde el foro era el lugar de debate entre los ciudadanos; pero estas primeras formas de democracia eran muy desiguales, no aceptando la participación ni de las mujeres, ni de los esclavos, ni de los metacarpianos, al menos en el caso de la « democracia » ateniense. No llegaremos hasta este periodo, pero empezaremos por el Quattrocento italiano, que presenta un ejemplo muy representativo de las cuestiones que se plantean en la gobernanza territorial y del paisaje. Se trata de un ejemplo ilustrativo, casi trivial por ser tan conocido y por haber ilustrado a menudo el Convenio Europeo del Paisaje. Se trata, por supuesto, de los Efectos del buen y del mal gobierno, el famoso fresco de Ambrogio Lorenzetti pintado en las paredes de una habitación del palacio ducal de Siena en 1338 y que representa una lección de gobierno territorial. El fresco, que consta de cuatro conjuntos de representaciones pictóricas, fue creado en un contexto político singular que vio evolucionar el gobierno territorial y paisajístico de un gobierno originalmente compuesto por los Veinticuatro a un gobierno más restringido, el de los Nueve, que aseguraba el poder de las grandes familias de la aristocracia comunal.
Como señala Chiara Frugoni:
« los Nueve, en lugar de estar representados directamente, [prefirieron] mostrar en su lugar el gobierno de los Veinticuatro, que duró desde 1236 hasta 1270 y fue creado para oponerse al poder absoluto del podestato y a la influencia de las grandes familias, con la constitución del llamado consejo del ‘Consistorio electo’, que marcó la entrada del populus en el gobierno de la ciudad : « en un discurso propagandístico como el de este fresco, el recuerdo del pasado puede proporcionar el apoyo tranquilizador de la tradición y la historia y sugerir, a través de una realidad pasada, mucho más abierta a las clases sociales bajas de lo que era el gobierno de los Nueve, el modelo indudablemente demagógico en el que el gobierno decía inspirarse » (Frugoni, 1995:8).
El fresco representa :
« una concepción de la gobernanza territorial que puede transponerse a la gobernanza del paisaje y que parte de la hipótesis de que cada actor, a su propia escala, tanto temporal como espacial, gobierna una parte del paisaje en el que vive; una concepción que remite a la dualidad de derechos y deberes de cada ciudadano. Si examinamos el fresco de Lorenzetti, cada individuo, a su escala, en las funciones que cumple en la sociedad descrita por el pintor, gobierna una parte de ella, es decir, algunos elementos de la composición del paisaje, ya sea rural o urbano. El hecho de que el artista represente el buen gobierno junto al paisaje que gestiona con los sujetos del poder no significa que este paisaje dependa, en su gestión política, sólo del príncipe y de las personas que le rodean. Lorenzetti lo deja claro para el espectador del fresco: todos están en su puesto, cumpliendo su función, incluso el « enjambre de damiselas danzantes », bella expresión sugerida por Georges Duby. El significado político del cuadro es el del orden, la paz, la abundancia, una serenidad que emerge del paisaje, aunque sepamos muy bien que este régimen político no es una democracia, que es un régimen autoritario donde los derechos humanos siguen teniendo poco sentido » (Luginbühl, 2012).
Por el contrario, el paisaje del mal gobierno es el paisaje del saqueo, la guerra, el crimen y la falta de actividad productiva. Lorenzetti escribió en el fresco del mal gobierno sus vicios: La codicia, la lujuria, el orgullo, la injusticia… Denis Cosgrove aborda la cuestión de la representación del poder político y considera que sus titulares, como el duque de Siena, consideraron que la utilización de los representantes de los barrios que componían la ciudad en la toma de decisiones había ido demasiado lejos; la élite política restringió radicalmente el papel de estos representantes, dando así más poder a los aristócratas y burgueses ricos, privilegiando el individualismo sobre la vida colectiva (Cosgrove, 1998:27). Hay que decir que en este periodo, las élites sociales y en particular el poder regio trataron de combatir las prácticas colectivas y las tierras comunes que implicaban, como en el caso de Inglaterra, donde los lores que gobernaban los condados iniciaron el establecimiento de enclosures (ya en el siglo XIII) para instituir fincas privadas en lugar de los commons, las tierras colectivas que constituían la tierra de los campesinos pobres.
El procomún puede considerarse como una forma de gobierno compartido de un territorio -no llegaremos a decir que era democrático- que permitía a estos campesinos acceder a una economía de supervivencia negociada entre ellos y el poder señorial y que evolucionó con el tiempo, en particular entre 1750 y 1850 con los cercamientos parlamentarios implantados por el Parlamento; éstos completaron el establecimiento de la propiedad individual de la tierra en todo el Reino Unido. Esta evolución de la gobernanza territorial y paisajística, que transformó el paisaje inglés de campos abiertos a tierras de cultivo con setos (espinos y robles), se llevó a cabo a escala de todo el reino y permitió a los monarcas ingleses imponer un derecho regio frente al derecho consuetudinario que era uno de los principios del feudalismo.
Al mismo tiempo, se produjo una revolución económica, el advenimiento del liberalismo, con la revolución de los forrajes y el inicio del desarrollo industrial, procesos sobre los que Adam Smith (1776) y Ricardo (1817) desarrollaron sus teorías económicas basadas en el mercado, que posteriormente se convirtieron en la base del Capital de Karl Marx (1867). Merece la pena mencionar otro ejemplo, ya que se produjo en una región europea donde la primera palabra equivalente al término « paisaje » apareció en el siglo XV. En la Frisia neerlandesa, alemana y danesa, los campesinos que ocupaban las marismas al borde del Mar del Norte construían terpen, una especie de montículo que construían amontonando tierra de las cercanías, para resguardarse de las mareas más altas (Lebecq, 1980). En estos montículos instalaban sus granjas y vivían más o menos aislados del poder señorial. De este modo, gestionaban su territorio de forma casi autónoma, lejos de las normas restrictivas del feudalismo. Esta práctica estaba muy extendida en los siglos X y XI, hasta el punto de que los investigadores pudieron cartografiar estos terpen, de los que había al menos 1.000. Decir que esta gestión territorial y paisajística era democrática sería una exageración. Pero representaba una gobernanza compartida entre un pequeño número de individuos y a escala micro-local.
La razón por la que se menciona este ejemplo es que fue en esta región costera del norte de Europa donde apareció el término lantscap en 1462, la primera aparición conocida del equivalente a la palabra « paisaje »; este término combina tierra, es decir, país, y scap, equivalente al alemán Schaft que significa comunidad, pero lo complementa con el derecho consuetudinario que constituía una forma de gobierno territorial.
Sin embargo, el destino del paisaje es precisamente romper con el derecho consuetudinario y pasar a formar parte del derecho regio, como revela la evolución del significado de la palabra inglesa landscape, derivada del danés landskab. Kenneth Olwig hizo un excelente relato de la evolución de la palabra, que se inspiró en el término danés tras el matrimonio del rey Jacobo I Estuardo de Inglaterra con la princesa danesa Ana, que se llevó el landskab con ella. La pareja real lo vio como un medio de imponer el derecho regio frente al derecho consuetudinario defendido por los Lores y de establecer, tras la unión de Escocia a Inglaterra, el Reino Unido (Olwig, 2002). Una vez más, el derecho consuetudinario no era el sello de la gobernanza territorial y paisajística democrática; pero tampoco lo era el derecho regio, que era más bien una forma de absolutismo.
Sin embargo, entretanto existían otras formas de gobierno, como en Inglaterra, donde apareció el Parlamento inglés, que restringía el poder real según los principios de la Carta Magna. El primer parlamento elegido fue el Parlamento de Montfort en Inglaterra en 1265. Sólo una pequeña minoría tiene voto: el Parlamento es elegido por un porcentaje muy pequeño de la población. La convocatoria del Parlamento depende de la buena voluntad del rey o de la reina (casi siempre cuando la realeza necesita dinero). Sin embargo, el poder del Parlamento creció con el tiempo, y en particular durante la Revolución Gloriosa de 1688, con la adaptación de la Carta de Derechos, establecida en 1689, que le dio más influencia; el electorado aumentó lentamente y el Parlamento se hizo más y más poderoso hasta que la monarquía ya no era más que un papel emblemático. En estos periodos, desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII, se impusieron los poderes despóticos en toda Europa y por ello se produjeron revoluciones durante la Ilustración. Las dos primeras democracias modernas nacieron en este momento clave de la historia política mundial: la democracia estadounidense (1788) precedió a la francesa y sus modelos fueron emulados en todo el mundo. La primera no fue considerada por sus padres fundadores como una democracia, pero es considerada por los historiadores como la primera democracia liberal, en la medida en que el Compromiso Constitucional (1788) establece los principios naturales de libertad e igualdad ante la ley, y se opone a los regímenes aristocráticos. Sin embargo, la relación entre estas democracias y la cuestión del paisaje no es inmediata. Por otra parte, las democracias han evolucionado y no han tenido los mismos principios a lo largo de la historia: en Francia, el sufragio universal se introdujo en 1848 y el femenino en 1944.
Los ejemplos anteriores demuestran que esta forma de gobernanza política puede aplicarse a varios niveles, y existen innumerables casos diversos en todo el mundo a todos los niveles, más o menos abiertos a la participación de determinados grupos de la sociedad; el ejemplo africano del árbol de la palabrería es, en efecto, uno de ellos; pero ¿podemos hablar de él en términos de democracia? Nelson Mandela cree que el árbol de la palabrería, al que llama la « Gran Morada », constituye un sistema democrático de ejercicio del poder, que permite a todos expresarse más allá de las jerarquías sociales que necesariamente existen (Mandela, 1995). Aunque el lugar de las mujeres es menor y se desea reforzar su participación, el árbol de la palabrería es un medio para discutir los problemas de la sociedad local, los conflictos que la animan y los posibles castigos que se deben infligir a un individuo que haya infringido la norma común. Pero al igual que el ejemplo del terpén del Mar del Norte o el fresco de Lorenzetti, estos ejemplos tienen lugar a escala local y no se refieren a la escala nacional, que es, sin embargo, la de la implantación de las democracias políticas en el planeta.
CONCLUSIÓN
La relación entre la democracia y el paisaje es un campo complejo que depende de múltiples factores pertenecientes a numerosos campos de significado. Aunque existen experiencias en todas partes, tanto en Europa como en otros estados del mundo, no se aplican de la misma manera a nivel internacional, europeo, nacional, regional y local. Parece claro que el nivel local es el que mejor responde al deseo de depender de procesos difícilmente controlables por los ciudadanos. Además, el proyecto de Tratado Constitucional de la Unión Europea, propuesto en 2004, distinguiendo la democracia participativa de la representativa, la consideraba un medio de « diálogo abierto, transparente y regular con las asociaciones que representan a la sociedad civil ». Aunque este tratado no se adoptó porque varios estados votaron en contra. No obstante, el deseo de participación es relativamente fuerte en las sociedades europeas. Entre estos factores, el propio significado del término « paisaje », que no siempre es idéntico en los Estados europeos, pero que se ha definido con el consentimiento de la gran mayoría de los Estados europeos mediante la ratificación del Convenio Europeo del Paisaje, interactúa con las escalas de actuación y el estatus de los actores movilizados. En Europa, como en otros continentes, se hace patente el deseo de las poblaciones de ser escuchadas por el mundo político, que a menudo parece anticuado cuando se trata de los grandes procesos mundiales de intercambio comercial y financiero. La participación se está convirtiendo en un ejercicio democrático demandado por muchos movimientos sociales, como los « Indignados » o el Foro Social Mundial, que sin embargo luchan por hacerse oír. Varias vías de reflexión se revelan ya pertinentes para seguir apostando por la implantación de una democracia que permita abordar la cuestión del entorno vital, el paisaje de la vida cotidiana de las personas. Pero, de manera más general, es esencial desarrollar la reflexión sobre la interacción o la democracia deliberativa promoviendo la investigación en las ciencias sociales y ecológicas, que ya están implicadas en este tema, pero que no cuentan con el apoyo suficiente de la financiación de la investigación, que se ha reducido considerablemente en los últimos años debido a la crisis y a la necesidad de reducir el déficit público.
El ejercicio de la democracia no puede sustraerse a la complejidad de los procesos de producción y transformación de los paisajes, para lo cual nació una movilización social a escala europea con el Convenio Europeo del Paisaje. El propio paisaje constituye un « complejo » de significados materiales e inmateriales que la ciencia ha separado y reducido hasta el punto de dificultar la acción paisajística, aunque ofrezca potencialidades acordes con las esperanzas que sus partidarios depositan en él:
« (…) la ciencia se ha vuelto ciega en su incapacidad para controlar, prever, incluso concebir su papel social, en su incapacidad para integrar, articular, reflejar su propio conocimiento. Si, efectivamente, la mente humana no puede aprehender el enorme cuerpo de conocimiento disciplinado, entonces hay que cambiar la mente humana o el conocimiento disciplinado » (Morin, 2005:106). (Morin, 2005:106)
Referencias
Para ir más allá
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