La paradoja de la institucionalización de la recuperación de residuos en Buenos Aires

Marie-Noëlle Carré, janvier 2014

Monde pluriel

En Argentina, para garantizar una renta básica, los cartoneros recorren la ciudad para recoger y revender los residuos reciclables. Sin embargo, la institucionalización de estas prácticas informales se ha ido imponiendo poco a poco. Esta hoja informativa se propone hacer un balance de esta formalización, así como de los debates que la rodean.

¿Cómo puede una actividad informal, que responde a las estrategias de supervivencia de los habitantes de la ciudad, ser institucionalizada por los cargos electos locales? La recogida de residuos en Buenos Aires, una ciudad de 13 millones de habitantes, es un buen punto de partida para examinar este proceso. Como en la mayoría de las ciudades del mundo, ya sea en el norte o en el sur, esta actividad suele ser practicada por una franja de la población situada en la parte inferior de la escala social. Desde la crisis de 2001 (1998-2003), la imagen de las metrópolis argentinas está ligada a la de los « cartoneros » que recorren las calles extrayendo papel, cartón y plástico de la basura y vendiéndolos. Estos reclamadores se han institucionalizado gradualmente en los últimos diez años. Podemos hacer un balance de esta formalización y de los debates que la rodean.

La metrópoli de Buenos Aires representa el 50% del PIB y un tercio de la población nacional. Durante la década ultraliberal de los 90, las políticas de apertura de la economía a los mercados mundiales ampliaron la brecha entre el centro de la ciudad y sus suburbios. El corazón económico concentra la IED1 y el nivel de vida de su población aumenta, mientras que los municipios periurbanos se enfrentan a los efectos devastadores de estas medidas sobre el desempleo y la pobreza. Mientras el país se hunde en la recesión, la recuperación de residuos adquiere una importancia sin precedentes porque un número importante de personas recurre a ella para asegurarse unos ingresos básicos al margen de la economía formal. Más de 10.000 familias dependen de ella para sobrevivir; cada día se inyectan más de 600 toneladas de materiales reciclables en el circuito de producción de envases.

Los reclamantes están innovando al trasladarse en masa desde la periferia, donde viven, a la ciudad de Buenos Aires. Los antiguos traperos, o cirujas, que trabajaban a escala de barrio, fueron suplantados por los cartoneros, que trabajaban a escala metropolitana. Estos últimos se basan en la lógica de la conectividad entre lugares, garantizada por la existencia de una red de transporte rápida y eficaz. En un centro preservado de la pobreza, muestran el último retrato de la miseria. A última hora de la tarde, algunos de ellos entran en las estaciones urbanas y otros llegan en camiones para recoger los materiales reciclables, cuando las oficinas, las empresas y los particulares han sacado sus contenedores a la acera. Una vez recogido, el kilo de plástico o de cartón recogido se vende a un intermediario, el galponero, dotado de infraestructuras de embalaje, y luego a otro más especializado, que finalmente fleta un vehículo con la carga final hasta los lugares de reciclaje. A través de las prácticas de sus actores y de las redes comerciales que la sustentan, la recuperación se apoya en canales mixtos, que tienen una fuerte base territorial y forman parte de los flujos globalizados. Los residuos transitan por canales de comercialización mayoritariamente informales, que siguen sosteniendo a toda una parte de la economía periurbana, y acaban en las industrias de transformación. Al mismo tiempo, algunos materiales contribuyen a la integración del país en el comercio mundial: el plástico PET (botellas) se exporta a China a través de estructuras formales de importación-exportación.

La institucionalización de los recuperadores, llevada a cabo a nivel municipal, coincide con un retorno del Estado a los diferentes niveles de gestión. En la ciudad de Buenos Aires, el gobierno liberal urbano, en el poder desde 2008, ha hecho de la supervisión de estos pobres en el centro una cuestión clave. Tras los infructuosos intentos de reprimir y encerrar a los reclamantes en centros de clasificación selectiva, el gobierno local cambió su estrategia de institucionalización. Apostó por la etiqueta de « sostenible » que el reciclaje podía dar a la imagen de la ciudad. Alentó la formación de « cooperativas de trabajo » que incluían a los reclamantes de los suburbios. Proporcionaba a sus participantes una asignación mensual, afiliación a la seguridad social y facilidades de selección y almacenamiento. Sin embargo, la formalización del trabajo viene acompañada de limitaciones: a los recuperadores se les asignan perímetros y no pueden estar presentes en la ciudad fuera del horario nocturno. Los camiones y autobuses transportan a los recuperadores y sus materiales desde el barrio de origen hasta la zona de recogida y de vuelta. Los trabajadores sociales patrullan las zonas de recogida para garantizar el buen desarrollo de la actividad, así como para vigilarla y disciplinarla.

Sin embargo, esta institucionalización del reciclaje no es unánime. Algunas cooperativas de recuperadores, con la ayuda de ONG medioambientales, intentan ir más allá. Sostienen que la sociedad en su conjunto debería tomar nota del carácter profesional de la actividad. Para ello, el primer paso es sustituir la denominación de « recolector de cartón » por la de « reciclador urbano » para fomentar el reconocimiento del servicio medioambiental prestado a la comunidad. La mayoría de las instituciones han tomado nota de esta petición. Por otro lado, la legitimación de los recuperadores como « agentes urbanos », al igual que otros operadores de servicios, sigue estando comprometida. Las cooperativas que luchan contra este problema insisten en su legitimidad y en su libertad para circular por la ciudad, temiendo que estos derechos se vean obstaculizados por las restricciones del gobierno. Al mismo tiempo, también tratan de poner de manifiesto las condiciones extremadamente precarias en las que prestan un servicio a los espacios más ricos. De hecho, los recuperadores siguen siendo vulnerables a la indexación de sus ingresos al precio de las materias primas secundarias en los mercados mundiales. Por ejemplo, las fuertes fluctuaciones de la actual crisis mundial han hecho que se duplique o triplique la cantidad que los recuperadores ganan con la reventa de materiales.

La institucionalización de la recuperación de residuos es paradójica. Es parcial, porque se orienta a la formalización de los reclamantes y no a toda la cadena de reclamación. En cuanto a esta última, sigue siendo tanto formal como informal. El caso de Buenos Aires es especialmente ilustrativo porque este proceso tuvo lugar en un periodo de tiempo muy corto. La retirada y luego la afirmación de los poderes públicos favorecieron el desarrollo del sector informal y luego la formalización de la actividad. Esta institucionalización dio a los nuevos actores informales la oportunidad de expresarse en entornos formales sobre la futura dirección de la gestión de residuos.

Références

Para acceder a la versión PDF del número de la revista Tous Urbains, n°5

En savoir plus

CARRE M-N. 2008. a(geoconfluences.ens-lyon.fr/doc/transv/DevDur/DevdurScient8.htm) Buenos Aires, o los territorios de recuperación-acción], Universidad de Lyon, UMR/CNRS 5600 Environnement Ville et Société/ENS de Lyon y Centre de Recherches et d’Analyse en Géopolitique /Paris VIII