Países que reciclan aguas residuales para convertirlas en agua potable

Julie Mendret, agosto 2023

The Conversation

A los angloparlantes les gusta llamar a esta agua «toilet-to-tap water». Literalmente: agua que pasa de la taza del inodoro al grifo. Una expresión poco atractiva, que pasa por alto los numerosos procesos químicos, físicos y biológicos que permiten reciclar las aguas residuales y convertirlas en agua potable de excelente calidad.

Aunque esta idea todavía puede hacer fruncir el ceño a muchos, se está convirtiendo en una vía de reflexión seria para cada vez más países y municipios de todo el mundo que, con razón, están preocupados por la disminución de los recursos de agua dulce. La megápolis de Bangalore, en la India, está trabajando en un proyecto de reciclaje de aguas residuales, al igual que Los Ángeles.

En Estados Unidos, las ciudades texanas de Big Springs y Wichita Falls ya practican esta técnica denominada «direct potable reuse» (reutilización directa para potabilización), al igual que la ciudad de Beaufort, en Sudáfrica, desde 2011.

Namibia potabiliza las aguas residuales desde 1968

Pero en este ámbito, y aunque es poco conocido, hay otro país que sigue siendo el pionero indiscutible: Namibia. En el puesto 139 de la clasificación de países por nivel de desarrollo, podría sorprender que este estado del sur de África esté tan a la vanguardia, pero cuando se tiene en cuenta la casi ausencia de recursos hídricos en su capital, Windhoek, no es tan sorprendente que este municipio haya buscado innovar.

En medio de una llanura árida, a más de 200 km de la costa, Windhoek (cerca de 500 000 habitantes) no puede recoger el escaso agua de lluvia, debido a su evaporación casi inmediata en estas latitudes desérticas, ni extraerla de los ríos o acuíferos de los alrededores, que se recargan muy poco cuando no están secos.

En 1968, la ciudad, entonces bajo dominio sudafricano, veía además cómo su población crecía a un ritmo impresionante, cuando comenzó a reciclar sus aguas residuales para transformarlas en agua potable. Cincuenta y cinco años después, el 30 % de las aguas residuales se reciclan de este modo en agua potable en menos de diez horas. El resto del agua potable doméstica proviene de presas y perforaciones realizadas en otras regiones del país.

Aguas residuales potabilizadas en 10 etapas

Para permitir el reciclaje de las aguas residuales en agua potable, Windhoek ha puesto en marcha una secuencia de procesos inéditos que hoy en día cuenta con 10 etapas. Incluye procesos físico-químicos, como la coagulación y la floculación (adición de un producto coagulante que permite crear flóculos, es decir, agrupaciones de materia en suspensión que luego caen por su propio peso y se eliminan en los lodos), pero también procesos químicos como la ozonización.

Al entrar en contacto con el ozono, el agua se somete a un proceso de oxidación que permite degradar numerosos microcontaminantes (pesticidas, residuos de medicamentos, etc.) e inactivar bacterias, virus y parásitos.

A continuación, se llevan a cabo las últimas etapas de filtración biológica con carbón activo en grano y filtración física (filtración con carbón activo y ultrafiltración por membrana) que permiten eliminar los restos de contaminación soluble. Antes de ser enviada a la red, el agua se somete finalmente a controles de calidad y a una cloración, lo que garantiza un efecto desinfectante duradero para que la calidad del agua obtenida no se deteriore durante la distribución.

En los últimos años, la planta de tratamiento de aguas residuales de Windhoek ha recibido la visita de personas intrigadas e interesadas procedentes de Australia, Alemania, los Emiratos Árabes Unidos… Y con razón, ya que las técnicas desarrolladas en Namibia siguen siendo interesantes por muchas razones.

Una solución menos costosa que la desalinización

Para los países que buscan nuevas fuentes de agua potable, el reciclaje de aguas residuales sigue siendo menos energífoco y más respetuoso con el medio ambiente que la desalinización del agua de mar, una técnica más extendida en todo el mundo. Mientras que la potabilización de las aguas residuales consume entre 1 y 1,5 kWh por m3, la desalinización requiere entre 3 y 4 kWh por m3. Además, esta última técnica produce residuos voluminosos: concentrados de sales y contaminantes que a menudo se vierten directamente en los mares y océanos, donde perturban los ecosistemas.

A pesar de todas estas ventajas y de los resultados convincentes del caso de Namibia, la potabilización de las aguas residuales aún está en pañales a escala mundial, ya que su aplicación implica superar diversas barreras. En primer lugar, el coste de su instalación. Actualmente, solo los países desarrollados han podido financiar este tipo de proyectos, ya sea en su propio territorio (Estados Unidos, Singapur…) o en el extranjero, como en el caso de la modernización de la planta namibia, que cuenta con una asociación público-privada entre la empresa francesa Véolia, la australo-india Wabag y la ciudad de Berlín.

Obstáculos financieros, legislativos y psicológicos

En segundo lugar, porque la legislación de los distintos países sigue siendo muy restrictiva. Así, en Europa, una planta de este tipo no estaría autorizada en la actualidad, y el único proyecto en curso de potabilización de aguas residuales tratadas, el del Programa Jourdain, en Vendée, verterá el agua en un embalse utilizado como reserva para la producción de agua potable y no directamente en el circuito de distribución de agua: se trata de potabilización indirecta.

E incluso cuando se dispone de los fondos y las leyes que permiten el uso directo del agua potable procedente de aguas residuales tratadas, sigue existiendo un último obstáculo, y no menor: hacer aceptable para la población el hecho de beber aguas residuales tratadas y, para ello, superar lo que se denomina «el efecto asco». En 2000, una planta de potabilización de aguas residuales de un barrio de Los Ángeles, cuya construcción había costado 55 millones de dólares, tuvo que cerrar pocos días después de su inauguración porque «no dar nunca agua de los retretes para beber» se había convertido en una promesa electoral del político que se presentaba a la alcaldía.

En Namibia, este problema no se planteó cuando se introdujo la potabilización de las aguas residuales, ya que los habitantes de Windhoek, entonces bajo el régimen del apartheid, se encontraron con un hecho consumado tres meses después de la puesta en marcha de la primera planta. Sin embargo, en un artículo del Sunday Tribune de noviembre de 1968, el periodista que cubrió el anuncio de este nuevo sistema de reciclaje de aguas residuales informó de que el alcalde de Windhoek de entonces, en una prueba a ciegas, prefirió el sabor del agua tratada al de la agua procedente de fuentes convencionales.

El ejemplo de Singapur

Pero no informar a la población con antelación sigue siendo una solución radical poco recomendable, ya que la sensibilización de la población sobre la escasez de recursos hídricos y la necesidad de alternativas más sostenibles sigue siendo la mejor manera de poner en marcha un proyecto de este tipo. Esto es lo que ha permitido el éxito del proyecto de Singapur, que ha apostado mucho por la comunicación en torno al proyecto de potabilización de las aguas residuales tratadas, organizando, por ejemplo, visitas a la planta de tratamiento o mostrando al primer ministro de entonces bebiendo tranquilamente un vaso de esta nueva agua reciclada.

Así, el efecto «puaj» se transformó en orgullo nacional. Orgullo por dominar una tecnología punta y orgullo por ganar más independencia respecto a la vecina Malasia, que seguía siendo su principal proveedor de agua potable y con la que las relaciones diplomáticas podían ser tensas.

Cuidado con el «efecto rebote»

Pero para intentar ser autónoma en materia de recursos hídricos, Singapur no ha puesto todos los huevos en la misma cesta, y también ha apostado por la desalinización del agua de mar, la recogida de agua de lluvia y la reducción del consumo de agua de sus habitantes (que pasó de 165 litros diarios por habitante en 2000 a 141 litros en 2018).

Para todos los defensores de un mejor uso de los recursos hídricos, esta sobriedad es fundamental, tanto antes como durante el desarrollo de proyectos de potabilización de aguas residuales, con el fin de luchar contra lo que ahora se conoce como «efecto rebote». Esta expresión describe el uso desinhibido y creciente de los recursos hídricos tras la implantación de técnicas de desalinización o reutilización de aguas residuales tratadas. Estos nuevos recursos hídricos solo deben considerarse un medio para satisfacer necesidades y usos ya existentes y primordiales, a menudo en sustitución del agua potable, y no una llamada a crear otros nuevos.

Con el fin de maximizar los recursos a nuestra disposición, las plantas de reciclaje de aguas residuales del futuro también deberán valorizar los residuos producidos por los procesos de tratamiento de aguas residuales, por ejemplo, transformando el fósforo y el nitrógeno en nutrientes útiles para la agricultura, o produciendo energía mediante metanización con los residuos recogidos durante el tratamiento como materia prima.

Referencias

Para ir más allá