Felicidad local: nuevos objetivos, nuevas historias

noviembre 2024

Association Nationale des Pôles territoriaux et des Pays (ANPP - Territoires de projet)

En asociación con la ANPP, un equipo de colaboradores (Pierre CALAME, Charles-Benoît HEIDSIECK, Mathieu PERONA, Cécile GALLIEN, Nicolas SOUDON y Chloé RIDEL) se ha interesado por la cuestión de la felicidad como clave para entender las políticas públicas locales. Dinámica colectiva, objetivo compartido, la felicidad local es lo que deben perseguir las políticas públicas. Esta segunda parte del Vademécum de la Felicidad Local aborda una serie de cuestiones: ¿tienen realmente los habitantes las mismas necesidades en todas partes de Francia? Y sobre todo, si consiguieran dotarse de los servicios o equipamientos en cuestión, ¿sería más feliz la colectividad? ¿Y cómo salir de los marcos de pensamiento habituales para cambiar los modos de gobernanza? Respuestas

Para descargar: vademecum-anpp-bonheur-local.pdf (520 KiB), stiglitz-sen-fitoussi.pdf (80 KiB)

Aunque la idea de igualdad territorial es loable, lleva a desplegar y financiar los mismos servicios y equipamientos en todas partes y de manera uniforme, con la esperanza de que todas las zonas puedan presumir de estar igual de bien dotadas. Aceptémoslo, este ideal es inalcanzable, y perseguirlo tiene el efecto contrario al deseado: las zonas que no pueden permitirse los mismos servicios e instalaciones que sus vecinos se sienten defraudadas. Pero, ¿estamos planteando la pregunta correcta: tienen realmente los ciudadanos las mismas necesidades en todas partes de Francia? Y, sobre todo, si pudieran permitirse los servicios o equipamientos en cuestión, ¿sería más feliz la comunidad?

Una sobriedad feliz al servicio de la felicidad local

No se trata de resignarse a la situación, ni de seguir una política de privaciones. Al contrario, se trata de elaborar un inventario «positivo» que nos permita reexaminar las necesidades «reales» de la comunidad y priorizar colectivamente aquello con lo que contamos señalando :

Ya no se trata de estar mejor en términos de servicios o de ser más atractivos que nuestros vecinos, sino de cuidar el capital territorial que tenemos. Este enfoque también nos incita a reflexionar sobre lo que podemos poner en común y compartir con nuestros vecinos (ya sean nuestros recursos o los suyos), a anticipar los riesgos y oportunidades (externos, coyunturales o vinculados a nuestras propias decisiones) susceptibles de transformar este capital, a identificar los medios para preservarlo y hacerlo fructificar (en una perspectiva de sostenibilidad y de transmisión a las generaciones futuras), y a planificar acciones preventivas y curativas en caso de que se produzca uno de los riesgos (resiliencia) para garantizar el bienestar colectivo.

Cambiar las narrativas para cambiar la percepción de la realidad

Construir nuevas narrativas no significa inventar historias, sino invitarnos a cambiar la mirada sobre la situación de nuestra región y las perspectivas que ofrece, considerando que otra trayectoria y otras opciones distintas de las que se nos presentan a diario son posibles.

Sin embargo, las narrativas dominantes hoy en día siguen muy vivas (sin crecimiento, no hay salvación; sin consumo, no hay felicidad, etc.) y condicionan nuestra percepción del mundo y nuestro comportamiento. Por ejemplo, la idea de que «los territorios no pueden hacer nada sin el Estado» es una narrativa arraigada.

Cambiar la narrativa es un requisito previo para cambiar el comportamiento, y «las historias que elegimos contar hoy conforman el mundo en el que viviremos mañana »9. Así que no se trata de distorsionar la realidad de la situación, sino de dar un paso al lado para permitirnos vislumbrar otros caminos, otras soluciones.

A modo de ejemplo, empecemos por elegir palabras que presenten la acción política como constructiva y no exclusivamente «reparadora», y desterremos fórmulas como reducir las desigualdades, reducir la brecha territorial, reconstruir el pacto democrático, frenar tal o cual fenómeno. ¿No sería ese el primer paso para reprogramar nuestras formas de pensar y actuar con vistas a prevenir en lugar de curar?

La opinión de un cargo electo: Cécile GALLIEN, Alcaldesa de Vorey-sur-Arzon

A los alcaldes les resulta cada vez más difícil saber dónde empieza y acaba su responsabilidad en la vida cotidiana de los ciudadanos. El tamaño del municipio, la cercanía que mantenemos con nuestros electores, nuestro grado de empatía, los compromisos que queremos mantener, la ambición que tenemos para nuestro territorio, a veces frustrada por las decisiones de la intermunicipalidad, son factores que, combinados con los desacuerdos o enfados entre vecinos, y las responsabilidades regias cada vez más pesadas que se nos imponen, nos ponen literalmente bajo presión…

Muchos alcaldes y concejales necesitan un verdadero soplo de aire fresco si quieren evitar el agotamiento y la claudicación. Reordenar nuestras prioridades comunitarias con vistas a alcanzar y compartir la felicidad local me parece una verdadera oportunidad para reclamar nuestro lugar dentro de nuestra comunidad de ciudadanos, de modo que juntos podamos cuidar de lo que tenemos en común: nuestro territorio.

Reabrir espacios de diálogo pacífico

Para ello, creo que la primera tarea de los cargos electos locales es reabrir el proceso de toma de decisiones políticas a los ciudadanos que lo deseen, organizar foros de debate pacífico y aceptar la controversia que forma parte de la democracia. Los franceses pueden refunfuñar a menudo, pero aman la política, que, no lo olvidemos, es el arte de dirigir todas las actividades de una sociedad para el bien común.

Cuidar de nuestros bienes comunes y considerar nuestro territorio como un ser vivo.

Este particular afecto es sin duda una señal de que, a pesar del creciente individualismo con el que se nos etiqueta, seguimos estando más unidos de lo que pensamos y somos capaces de unirnos para cuidar de nuestros bienes comunes, que impregnan nuestros espacios y vidas privadas y públicas, empezando por los recursos naturales (agua, naturaleza, biodiversidad), pero también nuestros lazos sociales y nuestra forma de vivir juntos.

Estos bienes comunes están entre los individuos y la nación, e implicar a las personas en su gestión me parece también una buena manera de reconsiderar el territorio, no como un soporte inerte para la vida, sino como un ser vivo cuya buena salud debemos garantizar colectivamente.

Cruzar las pantallas, ver el mundo «real» y cultivar nuestra sensibilidad

Por último, me parece que para ser felices tenemos que ser capaces de comparar y darnos cuenta de la calidad de vida que tenemos a través de la experiencia y no a través de una pantalla. La tecnología digital es a la vez una herramienta maravillosa y deletérea: las pantallas distorsionan la realidad, deshumanizan las relaciones entre los individuos y generan una ansiedad artificial. La felicidad local es devorada por lo que ocurre en el mundo, y un peligro o un acontecimiento en el otro extremo del planeta acaba siendo percibido por algunos de nosotros como un riesgo local…

Esta «infobesidad» pesa sobre nuestra salud mental e influye también en la relación entre los representantes elegidos y los ciudadanos, que exigen información anticipada y/o una respuesta inmediata a todo… Para dar este necesario paso atrás, no necesitamos viajar al otro lado del planeta, sino volver a entrar en contacto con lo que nos caracteriza: formamos parte del mundo vivo y, como tales, necesitamos tiempo para volver a conectar con la naturaleza, el aire libre y nuestro entorno natural, aunque sea al final de nuestra calle o de nuestro jardín…

La opinión de la diputada: Chloé RIDEL, Miembro del Parlamento Europeo

Es importante darse cuenta de que los individuos no sólo contribuyen a la sociedad trabajando o consumiendo. También desempeñan un papel en la construcción, gestión y protección de su entorno y en la preservación de los recursos comunes. Estos «bienes comunes» son los recursos materiales e inmateriales (naturales, culturales, sociales, etc.) que nos benefician a todos y de los que somos corresponsables.

A través de estos recursos compartidos, podemos concebir una sociedad en la que prime lo colectivo y en la que el objetivo compartido ya no sea sólo el beneficio económico, que no aporta felicidad al mayor número de nosotros, sino sólo a unos pocos. Este modelo podría tomar forma y desarrollarse a escala local.

¿Cómo liberarse de los marcos de pensamiento habituales para cambiar los modos de gobernanza?

Los representantes electos, los ciudadanos y las organizaciones deben salir de los modelos tradicionales de gobernanza y reflexionar juntos sobre lo que constituye el «procomún». Esto significa identificar lo que podríamos compartir y decidir las reglas de reciprocidad para gestionarlo colectivamente. Para ello, desde hace años promuevo -con la asociación «Mieux Voter» que cofundé- sistemas de votación que permitan tomar decisiones por consenso, como el voto por mayoría. Por tanto, debemos ayudar a las autoridades locales a aprovechar estos métodos de votación para implicar mejor a la población y reforzar así el colectivo. Para ello, hay que derribar las barreras legales para que los métodos de votación en referéndum local puedan ser elegidos por los representantes electos.

A pesar del discurso dominante basado en el individualismo, varias iniciativas van ya en la dirección que he indicado. Entre ellas se encuentran los fideicomisos comunitarios de tierras (por ejemplo, «Terre de liens» para el acceso a tierras agrícolas) y los fideicomisos forestales ciudadanos (por ejemplo, «Cerf Vert» para la gestión forestal participativa). Los CIGALES (Clubs d’investisseurs pour une gestion solidaire), las SCOP (Sociétés coopératives et participatives) y las SCIC (Sociétés coopératives d’intérêt collectif) también demuestran que se pueden crear y prosperar empresas con motivaciones distintas del simple beneficio financiero, teniendo en cuenta valores sociales y medioambientales.

¿Por qué cambiar de rumbo y adoptar una trayectoria diferente?

Porque la sociedad del capital y el sector privado ha demostrado que no responde a las aspiraciones de la mayoría, como el derecho a la felicidad para todos. Por eso hay que soñar con alternativas posibles, construidas en torno a una narrativa positiva y movilizadora que transforme las ideas en proyectos concretos. Esto es lo que hacen estas iniciativas, que invierten en ámbitos reservados durante mucho tiempo a la propiedad privada, como la tierra, el ahorro y los bienes colectivos, y luchan contra la creciente monopolización de estos recursos por parte del sector privado, como vemos habitualmente en el sector de los medios de comunicación.

El objetivo es contribuir al bienestar de todos, considerando que el dinero es un medio para alcanzar un fin y no un fin en sí mismo. La prioridad se convierte entonces en el vehículo de la realización colectiva, por encima del mero beneficio financiero. Nuestro modelo actual nos ha decepcionado demasiado como para no intentar cambiarlo.

Referencias

Para ir más allá