El programa chino de ciudades esponja

octubre 2024

Concebir la ciudad como una esponja capaz de absorber toda el agua de lluvia, e incluso recuperar parte de ella para reutilizarla, es el concepto en el que se basa el programa Ciudad Esponja desarrollado desde hace diez años en China.

Esta estrategia, que está a la vanguardia en cuestiones de gestión del agua urbana, empezó como un experimento llevado a cabo en una treintena de ciudades piloto, y ha adquirido un aire propagandístico. Hoy, con el aumento de la urbanización, los efectos del cambio climático y las crisis medioambientales, el programa se ha convertido en una auténtica prioridad nacional. De hecho, las catastróficas inundaciones ocurridas en las regiones de Pekín y Hebei en agosto de 2023 demuestran la urgencia de la gestión integrada del agua, pero también ponen en duda su eficacia real. Diez años después de la puesta en marcha de los primeros proyectos urbanos, ¿qué enseñanzas pueden extraerse de las ciudades esponja de China? Empieza a surgir una primera evaluación, no de la validez del planteamiento, sino de las distintas escalas de impacto, rendimiento, fracasos y margen de mejora, a partir de diversos ejemplos de aplicación del programa.

El programa chino Ciudad Esponja

La ciudad esponja: un ejemplo de urbanismo chino adaptado al cambio climático

El concepto de ciudad esponja fue desarrollado y popularizado en China a principios de la década de 2000 por el arquitecto Yu Kongjian, que se inspiró en las prácticas tradicionales de planificación en las que el agua es un elemento integrado y estructurador del espacio urbano. Pero el programa político de la ciudad esponja fue lanzado oficialmente por el propio Presidente Xi Jinping, en una conferencia sobre la «Urbanización de China» en diciembre de 2013. Para apoyar la pertinencia de este programa faraónico, el Partido Comunista Chino utilizó como referencia enfoques occidentales, como el «plan de gestión sostenible del agua» y los «sistemas de drenaje sostenibles» presentados en el Reino Unido, así como enfoques equivalentes desarrollados en Estados Unidos. Anuncia objetivos cuantificados que deben alcanzarse en China: para 2030, el 80% de las zonas urbanas deben estar equipadas con soluciones para absorber el agua de lluvia, y al menos el 70% de esta agua debe reutilizarse para regar o limpiar las carreteras.

Sin embargo, el concepto de ciudad esponja, al igual que otros grandes programas urbanos chinos (como Ciudades Verdes, Ciudades Inteligentes y Ciudades con Bajas Emisiones de Carbono), es ante todo una declaración política. Nada más lanzarse el programa, una campaña mediática a gran escala ilustró las ambiciones mediante imágenes conceptuales y muy idealizadas. Al mismo tiempo, se dio a conocer el proyecto a los funcionarios municipales mediante la organización de jornadas temáticas y visitas sobre el terreno. Varios proyectos emblemáticos diseñados por Yu Kongjian, el cerebro de la ciudad esponja, son visitados cada año por cientos de alcaldes chinos, como el parque paisajístico Dong’an Wetland Park, construido en 2015 y situado en la ciudad de Sanya, en la isla de Hainan, o el parque Houtan de Shanghái, que incluye un programa de rehabilitación de una antigua zona industrial para convertirla en una planta de tratamiento de aguas residuales en el corazón de un enorme espacio verde construido con motivo de la Exposición Universal de Shanghái de 2010.

En este contexto, la ciudad esponja se presenta sobre todo como una doctrina destinada a (re)introducir una visión holística y a devolver la importancia de los recursos hídricos en la ciudad. A grandes rasgos, el programa persigue la replicabilidad nacional de un sistema de gestión del agua que sea a la vez cuantitativo y cualitativo, apoyando así un objetivo estratégico del XIII Plan Quinquenal, centrado en la mejora de la calidad ambiental (y la gestión de los graves problemas de contaminación) del territorio chino. Más concretamente, el programa especifica que, para alcanzar estos objetivos, las ciudades deben dotarse de sistemas de «infiltración, retención, almacenamiento, depuración, reutilización y drenaje» mediante soluciones basadas en la naturaleza (o «verdes»). Para lograrlo, se favorecen varios tipos de intervención: la construcción de nuevas infraestructuras, pero también la reparación y modernización de las ya existentes (conocidas como infraestructuras «grises») que se encuentran en mal estado y carecen de resiliencia frente al cambio climático.

La estrategia del Gobierno chino para aplicar la política en las ciudades

El Gobierno central propone una serie de herramientas para garantizar que estas ambiciones se apliquen a nivel local y que el programa Ciudad Esponja se ponga en práctica sobre el terreno. En primer lugar, ofrece una guía general con ejemplos de esquemas organizativos para el gobierno local, directrices generales para el diseño y el mantenimiento de las instalaciones y un catálogo de productos de referencia que pueden instalarse en los proyectos. A continuación, el Gobierno aplica la estrategia clásica de seleccionar «ciudades piloto» en las que poner a prueba el programa político. En la primera fase de selección, en 2015, se eligieron dieciséis ciudades candidatas, a las que siguieron otras catorce ciudades piloto en 2016. En realidad, el panel de ciudades seleccionadas permite distinguir diferentes tipologías urbanas vinculadas a su situación geográfica o a su jerarquía en la organización administrativa de China, que son importantes en cuanto a las probabilidades de éxito del programa: grandes ciudades costeras en las que la gestión concierne tanto al agua de lluvia como al agua de mar, en relación con cuestiones políticas y militares de gestión costera; pero también ciudades fluviales de importancia económica, situadas cerca de ríos y capas freáticas a menudo contaminados.

Una vez seleccionada, cada ciudad piloto se encargará de plasmar las orientaciones generales del programa nacional en un plan de acción local y de establecer una estructura de gobernanza específica, con la creación de una Oficina de la Ciudad Esponja con su propio responsable. Cada año, esta persona deberá informar de los resultados mediante indicadores cuantificados y estados financieros. Aunque cada ciudad piloto recibe una financiación inicial (el equivalente a entre 50 y 76 millones de euros asignados cada año a lo largo de tres años, dependiendo del estatus administrativo de la ciudad, lo que representa de media entre el 15 y el 20% de los costes de construcción de los proyectos), cada ciudad también debe encontrar financiación adicional a través de Asociaciones Público-Privadas (APP) y poner en marcha un marco concreto para llevar a cabo los proyectos, por ejemplo creando los documentos marco que proporcionen una estructura legal y reguladora; o introduciendo programas informáticos para supervisar todas las etapas de la gestión del agua, desde el diseño hasta la satisfacción de los usuarios. Desde el punto de vista técnico, a falta de normas o reglas nacionales impuestas por el gobierno central, cada ciudad establece sus propios códigos urbanísticos y métodos operativos, a menudo basados en modelos importados o directamente copiados del mundo occidental, y luego prueba y evalúa los resultados. Por eso muchas ciudades esponja tienen el mismo aspecto, aunque ello no sea signo de una eficacia probada que justifique su reproducción.

Este proceso específico explica en parte por qué los resultados de las ciudades esponja chinas son tan difíciles de evaluar: aunque los funcionarios municipales informan de resultados muy positivos cuando son evaluados por los ministerios, y los medios de comunicación chinos hacen retratos bastante elogiosos de las ciudades esponja, la falta de control e imparcialidad en la evaluación del programa pone en duda su credibilidad. Sin embargo, la veracidad de los resultados puede observarse sobre el terreno, estudiando cada proyecto caso por caso y evaluando su eficacia en situaciones de crisis climática.

Referencias

Para ir más allá