¿Qué tipo de sistema educativo para qué tipo de sociedad?
Pierre Calame, octubre 2023
Collectif Osons les territoires !
El colectivo « ¡Osons les territoires! » propone una « brújula de la segunda modernidad » destinada a reconstruir las relaciones en todos los ámbitos, y un cierto número de reformas que deben emprenderse urgentemente para volver a tejer estos vínculos esenciales. Por ejemplo, hacer de las regiones un actor colectivo en materia de educación. Este documento de síntesis ofrece una visión de conjunto del análisis más eficaz disponible como anexo a la ficha.
El manifiesto es un texto escrito por el colectivo bajo la coordinación de Pierre Calame.
Para descargar: repenser_l_education_par_et_pour_les_territoires_21_10_29_es.pdf (220 KiB)
La escuela se encuentra de repente como una fortaleza asediada. La forma en que el asesino de Dominique Bernard proclamó su odio a la escuela, a la democracia y a Francia convirtió a la escuela en la encarnación de la democracia y de Francia, haciéndola inatacable sólo por eso. Fue asesinado simplemente porque era profesor, convirtiéndose así en el símbolo de la escuela amenazada. El carácter insoportable del asesinato suspende todo cuestionamiento crítico de la institución que representaba, todo cuestionamiento de la manera en que ha cumplido su vocación y encarnado o no, a los ojos de todos los jóvenes, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad grabados en su frontón.
Sin embargo, sería miope sucumbir a la emoción que nos embarga y renunciar a preguntarnos si el sistema educativo actual es adecuado a nuestra sociedad y a los retos de la sociedad venidera. Al contrario, su muerte nos obliga a hacerlo. Si bien el asesinato de Arras devolvió temporalmente a la perrera los debates que se habían desatado en las semanas precedentes, no los hizo desaparecer, pero nos obliga, como ciudadanos, a salir del atolladero de las soluciones improvisadas a toda prisa y de los gestos políticos, para elevar el debate a su verdadera altura: las perspectivas que queremos abrir a nuestra sociedad.
Cuando, en julio de 2023, los jóvenes incendien sus propias escuelas, considerándolas símbolos de un Estado y de una sociedad que rechazan y no su casa común, hablar de pacto republicano, de laicismo y de transmisión de conocimientos fundamentales no bastará para apagar el fuego. La perspectiva que queremos someter a debate es la de la metamorfosis del sistema educativo, necesaria para responder a los retos de una sociedad que se ha vuelto irrevocablemente global.
Un sistema educativo no es una herramienta neutra de distribución de conocimientos atemporales. Se diseña en función de la sociedad que queremos construir. Nuestro sistema educativo, el que nos ayudó a crecer y con el que tenemos una profunda deuda de gratitud, así como con sus profesores, algunos de los cuales nos han marcado de por vida, es un legado de siglos pasados. Fue diseñada para la sociedad que queríamos construir y los retos que debíamos afrontar en el momento en que fue concebida. Debido a su inercia, común a todas las grandes instituciones y sistemas de pensamiento, se ha ido abriendo una brecha entre su concepción y la sociedad a la que se dirige, tan diferente de la sociedad a la que se dirigía hace cien años, y aún más de la sociedad que está por construir.
Nuestra reflexión se inscribe en una reflexión más amplia, llevada a cabo en 2021 y 2022 sobre la necesaria metamorfosis de nuestro sistema de pensamiento y de nuestras instituciones, que nos llevó a publicar el manifiesto « ¡Atrévete con los territorios! En él mostramos por qué la cuenca hidrográfica, el territorio, todavía hoy un actor político y económico de segunda fila, está llamado a desempeñar un papel decisivo en el siglo XXI. Descubrimos que esto también se aplicaba al sistema educativo, lo que nos llevó a situar a los territorios en el centro de su metamorfosis. Es este análisis y estas propuestas lo que queremos someter hoy a debate: repensar la educación por y para las regiones; ha llegado la hora de una educación global, abierta y permanente.
La concepción actual del sistema educativo forma parte de lo que hemos llamado « la primera modernidad », la que inspiró la Ilustración y fundó la revolución industrial y tecnológica. Su ADN, la brújula que lo ha guiado y le ha dado su formidable eficacia operativa, es el arte de la separación, de la especialización: la separación entre la humanidad y el resto del mundo viviente, reducido a la condición de recurso a explotar; la especialización en el ámbito económico de los actores privados, por un lado, y los actores públicos, por otro; una concepción jerárquica de las organizaciones, inspirada en el ejército o en los autómatas mecánicos; el progreso relámpago de la ciencia y la técnica, subdividido en disciplinas y dando prioridad a la búsqueda de leyes universales; el papel central desempeñado, sobre todo en Francia, por el Estado, que se supone encarna a la nación y detenta el monopolio del bien público.
La escuela de la República reflejaba esta concepción de la modernidad y una visión de la sociedad: la instauración de una República única e indivisible iluminada por la razón; una nación homogénea imbuida de su superioridad, desconfiada de los cuerpos intermedios y de las diferencias regionales, lingüísticas o culturales susceptibles de dividirla, que establecía una estricta distinción entre razón y emoción, reflexión y acción, conocimiento y creencias. Esta escuela privilegiaba el saber abstracto y las capacidades individuales, descuidando las competencias colectivas y el saber hacer y el saber derivar de la experiencia. Respondía a las necesidades de una sociedad estructurada por organizaciones jerárquicas. El rendimiento académico se utilizaba para justificar el lugar asignado a cada individuo en función de su capacidad para dominar conocimientos abstractos.
Organizaba la transición de una sociedad predominantemente rural a una sociedad urbana, industrial y luego terciaria, y alimentaba la ilusión de que la igualdad formal de todos los niños en la escuela, garantizada por un sistema nacional, centralizado y uniforme, constituiría la base de un orden republicano justo en el que cada cual encontraría su lugar en virtud de sus méritos personales. Al prohibir los datos sobre el origen cultural de los alumnos siempre que sean de nacionalidad francesa, al suprimir las repeticiones de curso, al ofrecer a todos los jóvenes un primer ciclo de enseñanza secundaria estándar, al hacer del índice de éxito en el bachillerato un objetivo político y no la verdadera medida de los conocimientos adquiridos, la sociedad se ha engañado pensando que rompiendo los termómetros bajaría la fiebre. Se ha mentido a sí misma sobre la profundidad de las desigualdades en la escolarización, reveladas por comparaciones internacionales que muestran, por el contrario, que la igualdad formal en la escolarización conduce a desigualdades objetivas mucho mayores que en la mayoría de los demás países de la OCDE.
Como contrapartida inevitable a su eficacia y a sus presupuestos, la modernidad temprana ha provocado una crisis generalizada de las relaciones: entre la humanidad y la biosfera, simbolizada por el cambio climático; entre los individuos, con la pérdida de cohesión social y de confianza mutua; entre las sociedades, con la incapacidad de los Estados soberanos para gestionar los bienes comunes mundiales. Esta crisis se extiende a la relación entre gobernantes y gobernados y, más en general, a las organizaciones jerárquicas, cada vez más incapaces de responder a la necesidad de adaptarse a contextos cambiantes e imprevisibles y a la aspiración de todos y cada uno de nosotros de ser algo más que un engranaje de un sistema centralizado.
Para afrontarlo, necesitamos una « segunda modernidad » cuya brújula sea precisamente crear y recrear relaciones de todo tipo. Y esto guiará también la metamorfosis del sistema educativo. 1,2 millones de personas cotizan actualmente en el sistema educativo francés. Representan una enorme reserva de experiencia y serán actores clave del nuevo sistema educativo, ya sea en la educación de niños y jóvenes hasta el final de la escolaridad obligatoria o en la formación permanente. Pero es necesario situarlos en un nuevo marco institucional que les permita aprovechar este potencial al servicio de esta nueva exigencia de gestión de las relaciones.
Reflejo de la especialización y la segmentación que caracterizaron la primera modernidad, el sistema educativo actual crea multitud de brechas: entre los distintos ciclos escolares; entre una comunidad educativa limitada a los profesores y todos los que contribuyen al desarrollo del niño, empezando por los padres; entre las materias impartidas; entre los profesores de un mismo centro; entre el tiempo escolar y el no escolar; entre los distintos itinerarios de formación al término de la enseñanza obligatoria; entre el sistema educativo y las salidas profesionales.
Es esencial replantearse el desarrollo global de los niños y los jóvenes superando todas estas divisiones. Es a nivel de las escuelas y del ecosistema de actores locales donde esto será posible. El sistema educativo debe preparar a los futuros ciudadanos para asumir plenamente su papel y su responsabilidad en la sociedad, mediante una educación que no se limite a la transmisión de conocimientos segmentados: una educación para la paz, la cooperación, la democracia, el intercambio, los enfoques sistémicos y la diversidad de las fuentes de conocimiento. Una educación que ponga en pie de igualdad conocimientos, aptitudes y actitudes, para que todos aprendan a aportar su granito de arena.
El nuevo sistema educativo se basará en los principios de la gobernanza multinivel. La educación para todos es un bien nacional. Reconstruir el sistema sobre una base regional no significa, por el contrario, que cada región sea libre de diseñarlo a su antojo. El nivel nacional sigue siendo el garante último del sistema educativo. Define los objetivos del sistema sobre la base del debate democrático; garantiza la redistribución de la financiación de la educación; establece las condiciones de equivalencia de los currículos de los profesores para permitir la movilidad de una región a otra; coordina los procedimientos de evaluación. Pero lo hace sobre la base de principios rectores establecidos conjuntamente a partir de la experiencia regional.
Corresponderá a cada región establecer las modalidades de formación del personal de la enseñanza, docente o no. Su vocación primera es la de ser despertadores y educadores, y su formación inicial y continua debe reflejar este hecho y primar sobre los conocimientos estrictamente disciplinarios, máxime cuando en el nuevo contexto técnico estos conocimientos pueden movilizarse fácilmente a partir de fuentes externas. Cada establecimiento, bajo la autoridad de su director, definirá y pondrá en práctica un proyecto educativo colectivo, libre en particular de adoptar, si lo desea, un modelo de enseñanza activa del que existen numerosos ejemplos.
De acuerdo con el principio de subsidiariedad activa, que es el sello distintivo de la gobernanza multinivel, los intercambios de experiencias entre centros, entre territorios y con otros países permitirán una revisión colectiva periódica de los principios rectores comunes, en un enfoque que ya no es de directivas de arriba abajo, sino de progreso constante basado en las aportaciones de todos.
La escolaridad obligatoria en el nuevo sistema es sólo la primera etapa de un proceso dinámico de adquisición de competencias humanas, sociales y técnicas, individuales y colectivas, que se desarrollarán a lo largo de toda la vida. Estas competencias deben corresponder a los retos a los que se enfrenta la sociedad en la era del « Antropoceno », por utilizar la expresión propuesta por los científicos para describir una nueva era en la que el impacto de la humanidad sobre la biosfera es tal que es capaz de destruir rápidamente las condiciones mismas de su supervivencia.
Esto significa : definir colectivamente las competencias necesarias en esta nueva era; reconocer la diversidad y la complementariedad de los itinerarios educativos; reformar la enseñanza superior en el marco de un nuevo contrato con la sociedad; reforzar el aprendizaje permanente concibiendo itinerarios de adquisición de competencias a lo largo de toda la vida, incluso durante la jubilación, que hoy en día suele durar 20 o 30 años e implica un nuevo y destacado papel de las personas mayores al servicio de la sociedad ; dar un nuevo impulso a la educación popular, que se basa en una ética de la responsabilidad y el reconocimiento mutuo y promueve una relación de ida y vuelta entre la acción y la reflexión; mejorar los vínculos entre los institutos de formación y los empresarios promoviendo la formación en alternancia. Por último, se creará un programa nacional de urgencia para dotar a las regiones del mañana de las competencias necesarias para diseñar y dirigir la transición hacia una sociedad sostenible.
En resumen, confiemos en la creatividad colectiva, en la capacidad de los individuos y las instituciones para aprender unos de otros, y en la capacidad de combinar unidad y diversidad. Atrevámonos a ser democráticos. Atrevámonos con los territorios.