Las controversias científicas en torno a las ventajas comparativas de la ciudad compacta

Anastasia Touati, octubre 2015

Esta ficha propone entender qué es la ciudad compacta a la vista de los diversos debates y estudios que se han realizado sobre ella.

Si bien la densificación parece ser una figura consensuada en la acción pública urbana, la ciudad compacta también es objeto de análisis contrastados sobre diversos aspectos relativos a su eficacia, viabilidad, accesibilidad, aceptabilidad y el modelo de calidad de vida y equidad urbana que sustenta (Burton, Jenks y Williams 1996; Breheny 1997b; Dempsey 2010; Lindsay, Williams y Dair 2010).

Se trata de la curva de Newman y Kenworthy (véase la ficha sobre la agenda política de #Ref. err: documento/59#densificación) que actualmente es objeto de un importante debate académico, en particular en la metodología utilizada (Gordon y Richardson 1989; Gómez-Ibáñez 1991; Gabriel Dupuy 2002; Desjardins 2010). José Gómez-Ibáñez critica, por ejemplo, la elección de los autores de centrarse únicamente en la variable de la densidad cuando otras variables, como las variaciones en los estilos de vida o la renta, son esenciales para explicar el comportamiento de la movilidad (Gómez-Ibáñez 1991). Otros, como Xavier Desjardins, consideran que los datos utilizados deben tomarse con cautela debido a la heterogeneidad de las metrópolis estudiadas en el estudio, pero también por las recomendaciones prácticas que los autores hacen tras su investigación, a saber, el fomento de la densidad urbana (Desjardins 2010 : 27). Del mismo modo, Gordon y Richardson acusan a los investigadores australianos de promover la intervención pública para resolver los problemas urbanos, mientras que ellos defienden el libre funcionamiento del mercado para lograr soluciones « óptimas ».

Del mismo modo, varios investigadores cuestionan el postulado de la eficacia de la ciudad compacta en cuanto a sus efectos sobre la movilidad y, por tanto, en cuanto a la reducción del consumo energético del transporte (Breheny 1995; Orfeuil 1999; Orfeuil y Soleyret 2002; Nessi 2010a). Para Hélène Nessi, por ejemplo, los estudios que favorecen la ciudad compacta adolecen de importantes limitaciones metodológicas. En primer lugar, porque la forma urbana se analiza mediante criterios muy sucintos, entre ellos la densidad, que no es el único criterio que permite dar cuenta de los efectos de la forma urbana en la movilidad de los habitantes de la ciudad. En segundo lugar, porque la mayoría de las investigaciones que concluyen sobre los beneficios de la ciudad compacta no tienen en cuenta las variables socioeconómicas, a pesar de que éstas pueden tener una influencia considerable en la determinación de los patrones de movilidad y de que las categorías sociales no están distribuidas de manera uniforme en el espacio urbano (Nessi 2010 : 30).

Del mismo modo, Jean Pierre Orfeuil y Danièle Soleyret, en su estudio sobre los desplazamientos de fin de semana y de larga distancia, cuestionan las ventajas comparativas de la ciudad compacta en cuanto a la reducción de los desplazamientos señalando lo que algunos llaman el « efecto barbacoa »: observan, en efecto, que los desplazamientos de larga distancia son más frecuentes entre los residentes de los centros que entre los de las periferias (Orfeuil y Soleyret 2002). Esto equivale a la hipótesis de que los habitantes de las ciudades densas, por tener más ingresos y/o por carecer de más espacios verdes, tienden a desplazarse más lejos (lo que implica más viajes contaminantes en coche o incluso en avión, con una huella de carbono incomparable) que los habitantes de las zonas periféricas, que suelen quedarse en casa los fines de semana. Del mismo modo, en el caso del Reino Unido, Michaël Breheny muestra que el ahorro de energía que se espera de la aplicación de acciones encaminadas a la compacidad parece ser bajo en comparación con los esfuerzos necesarios. Otras acciones, como la búsqueda de tecnologías innovadoras para los vehículos o el aumento del precio del combustible, son más eficaces que las acciones de densificación (Breheny 1995).

Otros autores también expresan su escepticismo, sobre todo en lo que respecta a la ineficacia de las políticas ya aplicadas para combatir la expansión urbana. En Francia, a pesar de la afirmación de la voluntad de los responsables políticos de luchar contra la dilución de la tarea urbana desde mediados de los años 70, la expansión urbana continúa a un ritmo sostenido1 (Djellouli et al. 2010). Varios analistas lamentan la ineficacia de las políticas para contener la expansión urbana (Comby 2008; Castel 2010; Blais, 2010; Renard 2011). Además, desde hace dos décadas, se observa no sólo una extensión de la periurbanización, sino también un fenómeno de dispersión urbana, caracterizado por una importante disminución del tamaño de las operaciones de construcción de viviendas. Para Jean-Charles Castel, las políticas de lucha contra la expansión urbana han estigmatizado a los actores de la promoción, es decir, a los promotores de viviendas unifamiliares, que sólo son responsables de un tercio de la construcción de viviendas unifamiliares puras (operaciones de construcción que comprenden una sola vivienda). Esto ha dado lugar a un aumento de la proporción de construcciones difusas (es decir, que no requieren más trámite que la presentación de un permiso de construcción) en parcelas más dispersas y de mayor tamaño que las de los fraccionamientos, en zonas cada vez más alejadas del centro de las ciudades, donde el suelo sigue siendo asequible.

La situación es similar en Canadá. Para Pamela Blais, las políticas de control de la expansión urbana que se basan esencialmente en la normativa y el diseño urbano existen al menos desde principios de la década de 1970, pero sin éxito real (Blais 2010). Para ella, la ineficacia de estas políticas se debe en gran medida a la falta de comprensión de los mecanismos que subyacen a los procesos de expansión y densificación urbana, pero también, y sobre todo, a una mala valoración de los aspectos económicos de las subvenciones y ayudas financieras que crean incentivos ocultos para el desarrollo urbano de baja densidad.

Es también desde el punto de vista de la viabilidad que algunos autores se interesan por la producción de la ciudad compacta. Michaël Bréhény señala las dificultades vinculadas a las acciones necesarias para su aplicación, como la inversión de las tendencias actuales de descentralización urbana, que son particularmente frecuentes en el Reino Unido (Breheny 1995). En la misma línea, Nicolas Morrison muestra, a partir del estudio del caso particular de Cambridge, lo difícil que es prever los objetivos de contención urbana preconizados en el concepto de ciudad compacta, sobre todo porque las posibilidades de desarrollo urbano dentro de los límites de construcción de esta ciudad ya han sido utilizadas casi en su totalidad. Para el autor, el análisis de estas oportunidades revela que no serán suficientes para acoger una gran parte de la futura construcción de viviendas (Morrison 1998).

Muchos investigadores también plantean la cuestión de la aceptabilidad social de la densificación (Gordon y Richardson 1997; Dempsey 2010), señalando la frecuente oposición de los residentes de los barrios que van a ser densificados. Otros señalan el deterioro del entorno vital (Williams, Burton y Jenks 1996). Sostienen que, en ciertos barrios muy densos, se percibe que la densificación adicional conduce a un estado de « sobredesarrollo » que da lugar a múltiples molestias ligadas a una mayor convivencia: contaminación atmosférica, acústica, lumínica, aumento de los atascos, pérdida de espacios verdes, superpoblación.

Por último, más allá del aspecto residencial, varios autores plantean la cuestión de la compatibilidad de las acciones de densificación con determinados tipos de actividades económicas. Louise Thomas y Will Cousins, por ejemplo, discuten las formas de desarrollo que implica la ciudad compacta y su falta de compatibilidad con la necesidad de espacio y la necesaria accesibilidad de los espacios con fines económicos (Thomas y Cousins 1996). Por lo tanto, siguen existiendo interrogantes sobre las supuestas virtudes de la ciudad compacta y las implicaciones de las políticas destinadas a aplicarla. Los procesos reales de densificación también plantean muchos interrogantes.

1 Las zonas artificializadas aumentaron aproximadamente un 3% (+ 820 km²) entre 2000 y 2006 y ahora ocupan más del 5% del territorio metropolitano en 2006 (CORINE 1 Land Cover, 2006). El 90% del aumento global entre 2000 y 2006 se produjo a expensas de las tierras agrícolas (745 km²). (Commissariat Général au Développement Durable 2011 : 1)

Referencias

  • Blais P. 2010. Ciudades perversas : Subsidios ocultos, política torcida y expansión urbana, Vancouver: UBC Press.

  • Breheny M. 1995. « The Compact City and Transport Energy Consumption », en Transactions of the Institute of British Geographers, n°20 (1): 81-101.

  • Breheny, M. 1997. « Urban Compaction: Feasible and Acceptable? », en Cities, n°14 (4): 209-17.

  • Burton, E., Jenks M. y Williams K. 1996. The Compact City: A Sustainable Urban Form?, 1a ed. Routledge.

  • Castel, J-C. 2010. « Ville Dense, Ville Diffuse: Les Deux Faces de L’urbanisation », en Études Foncières, n°147 (octubre): 14-20.

  • Comby, J. 2008. « Une Ville Doit Croître Ou Mourir », en Ponts et Chaussées Magazine, n°5.

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  • Gómez-Ibáñez, J. 1991. « A Global View of Automobile Dependence - Review of Newman, P. and Kenworthy, J. Cities and Automobile Dependence : A Sourcebook », en Journal of the American Planning Association, n°57 (3): 376-79.

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  • Morag L., Williams K. y Dair C. 2010. (www.researchgate.net/publication/233660058_Is_There_Room_for_Privacy_in_the_Compact_City) « Is There Room for Privacy in the Compact City? » (¿Hay espacio para la privacidad en la ciudad compacta?), En Built Environment, n°36 (1): 28-46.

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  • Williams, K., Burton E. y Jenks M. 1996. « Achieving the Compact City Through Intensification: ¿Una opción aceptable?". En The Compact City: A Sustainable Urban Form ?, 83-96. Spon Press.